150 años de la AML

Discurso del presidente de la ASALE en el 150.º aniversario de la Academia Mexicana de la Lengua

12 de Septiembre de 2025

Discurso de D. Santiago Muñoz Machado

Director de la Real Academia Española y presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española

Conmemoración de los 150 años de la Academia Mexicana de la Lengua

Señor director de la Academia Mexicana de la Lengua, señoras y señores académicos, directores y presidentes de las corporaciones que integran la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y demás autoridades presentes en el acto, señoras y señores.

Les saludo muy cordialmente desde la Real Academia Española, en cuyo nombre y el de la Asociación de Academias de la Lengua Española participo en esta celebración del sesquicentenario de la Academia Mexicana de la Lengua, institución tan admirada por nosotros y con la que tantos proyectos y trabajos compartimos.

México ha sido siempre un país esencial para el estudio de la lengua y la literatura en español. Acumuló las contribuciones más importantes, especialmente de los escritores conventuales, para la conservación de las lenguas de las comunidades originarias e hizo aportaciones notables a la literatura del Siglo de Oro, con nombres tan imponentes como el de sor Juana Inés de la Cruz, la “Décima Musa”, o Juan Ruiz de Alarcón, cuya obra La verdad sospechosa influyó de modo importante en los más afamados dramaturgos del Siglo de Oro español y tuvo proyecciones en toda Europa.

Mucho más adelante en el tiempo, después de la Independencia, surgen en México las muestras literarias más importantes sobre las variaciones léxicas y gramaticales del español de este país. Es gozosa para el lector la aportación de Periquillo Sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi, publicada por entregas entre febrero y junio de 1816, y completada más tarde. Critica los excesos y desvaríos visibles del español usado en la ciudad. “No se ven -podemos leer en el Periquillo- sino miles de groseros barbarismos todos los días escritos en las velerías, chocolaterías, estanquillos, papeles de las esquinas, y aun en el cartel del Coliseo, es corriente ver una mayúscula entremetida en la mitad de un nombre o verbo, unas letras por otras, etc.”. Y pone algunos ejemplos: “Chocola Tería”, “barbero de Cebilla”, con c y con b , “Horgullosa”, con h, Sebero con b, entre otros. Periquillo Sarniento tuvo una intención normalizadora y docente, que muestra a las claras incluyendo al final un vocabulario, dice, “de las voces provinciales o de origen mexicano utilizadas en esta obra”.

Otro texto de interés en el mismo sentido son los dos tomos de Luis G. Inclán publicados en 1865 y 1866, titulado Astucia. El jefe de los hermanos de la hoja o los charros contrabandistas de la rama. Título nada corto al que, además, añadió Novela histórica de costumbres mexicanas, con episodios originales, escrita por Luis Inclán en vista de auténticas apuntaciones del protagonista, amenizada con sus correspondientes litografías.

Y una tercera muestra literaria de la variación y enriquecimiento de la lengua española en México es la de Manuel Payno Los bandidos de Rio Frío, publicada a partir de 1888. La obra compendiaba el panorama político y lingüístico de México en la mitad del siglo XIX. No fue bien recibida por la crítica, pero sí por el público, que le otorgó tantos méritos que, al final, los críticos terminaron por aplaudirla.

La Real Academia Española, fundada en 1713, llevaba más de siglo y medio de actividad, había publicado las tres grandes obras normativas del castellano, el monumental Diccionario de Autoridades (1726-1739), la Ortografía (1741) y la Gramática (1771), pero en la primera mitad del siglo XIX, algunos intelectuales americanos, muy especialmente en el Cono Sur, se plantearon si la independencia política de España tenía que suponer también la separación de toda influencia de la Academia española. En México, algunos reflejos de esas ideas (sostenidas inicialmente por los argentinos Echevarría, Alberdi, Gutiérrez y Sarmiento y refutadas de forma influyente y definitiva por Andrés Bello) están en el Decreto de 12 de marzo de 1835, por el que se acuerda la creación de una Academia de la lengua, separada de la española, pero para enfrentarse a la decadencia de la lengua castellana en México. Aducía, literalmente, que esta situación era debida a “la falta de principios en la mayor parte de los que hablan y escriben, como por la circulación de malas traducciones de que ha inundado la república mexicana la codicia de libreros extranjeros, y principalmente por la escasez de obras clásicas producida por la incomunicación en que hemos estado con España”. La Academia habría de ocuparse, entre otros objetivos, de “formar el diccionario de las voces hispanoamericanas, distinguiéndolas de las castellanas corrompidas”.

La Academia había sido promovida por intelectuales de la importancia de Carlos María Bustamante, Lucas Alamán y José Rodríguez Puebla. El general Santa Anna trató de fortalecer el proyecto, pero su efímera vida llegó solo hasta el final de su gobierno, es decir, hasta 1855.

Mientras tanto, hubo iniciativas individuales tan notables como el diccionario del michoacano Nicolás de Ocampo, personaje con una biografía asombrosa, que comenzó a escribir, mientras residía en París en 1840, un Suplemento al Diccionario de la Lengua castellana por las voces que se usan en México, que más tarde, en 1844, amplió en sus Idiotismos hispano-mexicanos, entendiendo por idiotismos el modo característico de hablar de una persona o grupo social.

Mientras tanto, la Real Academia Española seguía trabajando en nuevas ediciones de su diccionario y gramática y fomentando la lectura de la mejor literatura en español. De espaldas a América en buena medida porque también aquí, en mi país, existía el prejuicio de que el español era la lengua de Castilla y debía regularse exclusivamente desde la Península, sin participación de los intelectuales americanos.

Desde mediados del siglo XIX hasta nuestro tiempo hemos asistido a un cambio radical de perspectiva, consistente en asumir que la lengua española es la lengua de comunicación común a todos los países que la usan preferentemente, y la fijación de la normativa debe basarse en el trabajo compartido de instituciones establecidas en cada una de las geografías hispanohablantes.

El proceso ha sido largo, desde luego: la primera medida fue incorporar a la Academia personalidades americanas, y así ocurrió desde 1845 con la entrada del argentino Ventura de la Vega, el peruano Juan de la Pezuela, y el mexicano Fermín de Lapuente Apezechea, entre otros. Y, en relación con México, aun puedo recordar la importancia que tuvo para la Real Academia Española, en el siglo XVIII, la incorporación de un mexicano Manuel de Lardizábal y Uribe, jurista y filólogo, como miembro de nuestra corporación madrileña en 1770, convirtiéndose más tarde en su secretario perpetuo. Dejó una notable huella en los trabajos de la Casa porque, entre otros, participó en la monumental publicación del Quijote de 1780 y en la memorable edición del Fuero Juzgo de 1815.

El cambio de concepción más relevante se produjo cuando la Española aceptó que la idea que debía regir en materia de regulación del español era la de la preservación de la unidad, sin perjuicio de la diversidad, como había propuesto Andrés Bello a mediados del siglo. Esta ideología emergente llevó a la constitución de academias de la lengua española en América, entre las cuales la tercera por orden de antigüedad fue la mexicana.

El nacimiento formal de la Academia Mexicana se produjo en 1875, de la mano de un grupo de intelectuales como José María de Bassoco, Alejandro Arango y Escandón y Joaquín García Icazbalceta, entre otros.

Es obligado evocar aquí un momento fundamental de la historia compartida: el Primer Congreso de Academias de la Lengua Española. En junio de 1950, el entonces presidente de México Miguel Alemán Valdés (1903–1983) promovió la idea de una reunión de todas las academias de la lengua española. La figura de este presidente, reconocida con la Medalla de Oro de la Asociación más tarde, ocupa un lugar de honor en nuestra memoria institucional.

La fecunda idea de la cooperación interinstitucional y el panhispanismo tardarían aún algunos años en alcanzar su plenitud, pero la ASALE germinaba como una nueva manera de entender los trabajos sobre la lengua española, que rompía con el precedente y convertía los estudios y normas lingüísticas en una responsabilidad colectiva de todas las Academias, que habría de ejercerse mediante un trabajo cooperativo en el que la participación de todos se asegurara y la opinión particular de cada academia fuera oída. Este es el método de trabajo que aplicamos en la actualidad, con una intensidad que las nuevas tecnologías nos han permitido reforzar. Con este método ASALE presentará en 2025 y 2026 renovaciones de todas las obras tradicionales de la Academia, como el DLE, el DHLE, el DPD, la Gramática, y avances de proyectos tan novedosos como los relativos a la IA y al lenguaje claro y accesible.

En esta labor de impulso y apoyo del panhispanismo han tenido un papel fundamental algunos de sus directores de la Academia Mexicana, como José Luis Martínez, José Moreno de Alba, Jaime Labastida, y Gonzalo Celorio, actual director.

En el ámbito de las grandes obras panhispánicas, la Academia Mexicana ha colaborado activamente en la elaboración de textos fundamentales, entre los que se cuentan la Ortografía de la lengua española en sus ediciones de 1999 y 2010; el Diccionario de la lengua española en sus versiones de 2001 y 2014; el Diccionario panhispánico de dudas de 2005 y la preparación de su reciente segunda edición; la Nueva gramática de la lengua española, en sus volúmenes de morfología, sintaxis, fonética y fonología, así como en su edición revisada y ampliada prevista para 2025; el Diccionario de americanismos de 2010; y obras de referencia como El buen uso del español y el Diccionario práctico del estudiante.

La Academia Mexicana de la Lengua tiene igualmente un papel destacado en los proyectos actuales de la ASALE. En el ámbito lexicográfico, ha contribuido a la próxima edición del Diccionario de la lengua española (DLE), la 24.ª edición, incorporando nuevas voces mexicanas, revisando gentilicios y acepciones marcadas con «Méx.», y fortaleciendo la presencia del español de México en la obra común.

Asimismo, desde 2023 participa en la redacción del Diccionario histórico de la lengua española (DHLE) a través de la Red REDACTA, iniciativa panhispánica que reúne a academias, universidades y centros de investigación. Tras un proceso de autoformación con los recursos disponibles en el portal de la Red, el equipo de la AML, dirigido por Alejandro Higashi y compuesto por las redactoras Cecilia Quepons y Rosnatary Avelino, con la asesoría de Concepción Company y Pedro Martín Butragueño, ha realizado valiosas aportaciones.

En el terreno del léxico jurídico, la AML es colaboradora principal del Diccionario panhispánico del español jurídico (DPEJ), a través de la valiosa aportación del académico Diego Valadés, tanto a su versión impresa de 2017 como a la digital, recientemente actualizada.

En el campo de los corpus, la AML desarrolla el proyecto CORDIAM, incorporado en el congreso de Sevilla (2019) al programa panhispánico de la ASALE. Sobre esta base y los corpus de la Española se está trabajando en el Corpus ASALE, que se encuentra ahora mismo en fase de pruebas, en la que participan seis Academias, y su primer prototipo será presentado en el congreso de Arequipa.

La AML también ha asumido un papel central en la Red Panhispánica de Lenguaje Claro y Accesible.

El vigor y la extraordinaria capacidad de la Academia Mexicana de la Lengua han dejado su particular huella en las grandes iniciativas en torno a nuestro idioma común. La lengua que compartimos es patrimonio vivo de casi seiscientos millones de hablantes. Nuestra responsabilidad es mantenerla unida en su diversidad, cuidarla, estudiarla y proyectarla hacia el futuro. La Academia Mexicana de la Lengua ha cumplido con creces esa misión a lo largo de siglo y medio, y estoy seguro de que continuará haciéndolo con la misma pasión en los años venideros.

En nombre de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española, felicito a la Academia Mexicana en este aniversario y le agradezco, una vez más, su entrega, su inteligencia y su compromiso con la gran obra colectiva del español.

Muchas gracias por su atención.

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